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Aeneas Gumm y John Flynn

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Aeneas Gumm y John Flynn

Nota Lun 28 Jun, 2010

Aeneas Gumm en medio de la nada:

Mataranka es un lugar situado a unos 100 kilómetros al sur de la ciudad norteña de Katherine. Hoy día, Mataranka es un centro turístico cuyo mayor atractivo son sus pozas de agua termal. El paraje reúne todos los servicios necesarios para acoger a los excursionistas que hasta allí llegan. Durante la época de vacaciones o fines de semana, en Mataranka se forma un gran bullicio de barbacoeros, bañistas, pescadores, senderistas, así como otras figuras habituales del excursionismo. La gente llega a este pequeño oasis con el deseo de sacudirse el polvo de las zonas áridas de alrededor.

Pero la actual Mataranka poco tiene que ver con aquellos tiempos legendarios en que el lugar era una estación de correo, abastecimiento y, en cualquier caso, donde los colonos de esta parte del gran páramo australiano podían recoger unas disminuidas gotas de compañía. Mataranka estaba en plenas entrañas de la nada.

La escritora Aeneas Gumm vivió aquella desolación y contó su historia novelada en un libro titulado We of the never never. La obra refleja aquel ambiente pionero de desamparo en el que la subsistencia era la única razón para la existencia, en que cualquier pequeña pasión sufría las dilataciones propias de los mundos vacíos. En donde las palabras nunca, nada, ausencia y silencio eran las verdades que allí reinaban. Muchos espacios físicos y mentales como el viejo Mataranka hubo y hay en el mundo, son sitios en que los expertos en soledad identifican como los no lugares. Aeneas Gumm vivió en uno de ellos.

John Flynn, Alfred Traeger y sus médicos del aire

La mayor parte de Australia, especialmente las zonas del interior, es una gran extensión árida en donde las distancias entre dos puntos habitados pueden llegar a ser infinitas. A principios del siglo XX, cuando ya la distribución colonial estaba muy desarrollada, la metamorfosis de la supervivencia convirtió a los pioneros en puros granjeros. Fue entonces cuando aquellas gentes se dieron cuenta del nuevo problema que se añadía a su bolsa de aislamiento: la dificultad para tener asistencia médica.

En aquellos viejos tiempos, trasladar a un enfermo, a un herido o a una mujer embarazada significaba recorrer largas distancias que llevaban días, si no semanas; la urgencia de los casos en que se necesitaba la asistencia de un doctor tomaban el mismo ritmo lento que la vida de los granjeros.

El reverendo John Flynn, un intrépido misionero presbiteriano quedó apabullado en medio del páramo al ver cómo fallecían niños, cómo cualquier herida se infectaba de forma irremediable, y cómo, debido a la carencia de medicinas, se complicaban fatalmente las enfermedades más veniales. Eso no podía seguir así, había que encontrar una solución para aquel fenómeno. Y ésta pasó por la imaginación del reverendo dividida en dos rayos de luz: el remedio, tendría necesariamente que sustentarse en dos columnas: la radio y la aviación.

Había que crear en el territorio una estructura, una red de centros médicos conectados con las granjas mediante emisoras y apoyados con una flota de avionetas que pudiesen trasladar en sus cabinas a los galenos hasta los lugares más apartados en donde su asistencia fuese más necesaria y urgente.

Pero tanto la aviación como la radio eran elementos que, por aquel entonces, estaban poco menos que succionando chupetes. El reverendo Flynn poco pudo hacer nada más que sembrar la idea. Pero eso ya era mucho porque en 1928, el ingeniero Alfred Traeger agarró por los cuernos el proyecto del padre Flynn y comenzó a hacer pruebas, a dar palos de ciego, a realizar tantos intentos como fracasos. Así hasta que consiguió construir una radio rudimentaria pero que podía dotar a los mensajes emitidos por ella de un alcance de al menos 500 kilómetros. Este modesto avance, añadido a que la aviación ya estaba hecha una mocita desde más o menos el año 1920, permitió crear el embrión de lo que hoy día es una desarrollada, capacitada y eficaz red no lucrativa de asistencia médica que cubre una muy buena parte del territorio australiano. Los doctores del aire dejaron de ser un anhelo en la imaginación de dos hombres, su sueño se convirtió en la mejor de las realidades: salvar vidas humanas.



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