El volcán Teide de Islas Canarias (España)

Si siente usted la curiosidad de situar este gran volcán de Islas Canarias en su entorno, mire un mapa del mundo y siga de norte a sur la franja de la longitud en que aparece: no encontrará otro relieve similar desde Islandia hasta la Antártida; si hace el seguimiento de este a oeste, tampoco lo hallará en esa latitud desde el Sinaí hasta la Sierra Madre Oriental. Es un gran cono solitario sobre los mares.

En el archipiélago canario se levanta por encima de las mayores altitudes de las restantes islas, conformando un recinto único y suspendido. Su desnivel rápido desde el próximo litoral le dota de una figura soberbia y de la leyenda de una altitud fantástica, haciéndolo a la vez cielo -para los marinos antiguos-, purgatorio -para el gran poeta Dante- e infierno -para los guanches- suspendido sobre las nubes del alisio.

Cumbre nevada e insólita por encima de paisajes subtropicales, con luz brillante cuando -al alba o al crepúsculo- el mar está -aún o ya- en la sombra de la noche. Gran construcción volcánica dormida -no muerta- que remata la elevada isla de Tenerife, levantada sobre hondos abismos marinos desde los que se duplica la altitud de la cumbre.

El recinto suspendido sobre la isla y el océano es único. Se abre como una gran copa con el cono volcánico en su interior, albergando lavas y especies irrepetibles. El cinturón montañoso que cierra el reducto es ceñudo, escarpado, de colores brillantes y extraños: rojos, azules, ocres, sienas. Un atrio en forma de media luna, un seco rellano tapizado por arenas y lavas, hace de pie a ese cíngulo. Es llamado Las Cañadas, nombre que evoca el paso de pastores sin otra memoria a lo largo de este corredor, entonces desolado. Cierra el atrio el gran volcán, cono magnífico que aún humea levemente.



Este es el escenario de una violenta historia de erupciones. Todo el paisaje es la petrificación de las últimas batallas. Hay que verlo así, hacer abstracción de las oleadas de turistas traídas y llevadas por los programas de las agencias, que corren por los arenales de piedra pómez, chillan en el teleférico y bostezan en el terminal de la cabina cerca de la cumbre. Miremos, pues, lo esencial, las lavas.

Sobre la espina dorsal de la isla se levantó una cadena de volcanes viscosos y explosivos, de domos y fragmentos violentamente expulsados, que culmina en la Montaña Guajara. La cresta ruinosa de los Roques de García, espolón que divide el atrio, muestra los restos erosionados de las raíces de aquellos volcanes viejos, chimeneas y diques de lavas compactas que serpentean aún en la búsqueda detenida de una salida al exterior, entre masas de bloques rotos, de rocas despedazadas.



El atrio es un relieve negativo, de apertura posterior y destrucción de aquel dorso, dándole la forma de "caldera" volcánica. El gran volcán es una construcción que se levanta inmediatamente, nacida colada a colada de las fisuras de la caldera, por las que se canalizaron considerables caudales de magma en sucesivas erupciones. Dieron lugar finalmente a dos conos gemelos, el Pico Viejo y el Teide, el primero con un gran cráter circular abierto por encima de los 3.000 m. de altitud, y el segundo, con un conelete terminal reciente que reposa sobre una forma mayor más amplia, y desde el que se derramó una rugosa y visible melena de coladas negras que tapiza los flancos del cono principal.
Alrededor de estos edificios se inyectaron también nuevos domos locales, cúpulas rotas de lavas en grandes bloques oscuros en los que brillan los vidrios de la negra obsidiana.

Aún humea levemente la cumbre del Teide. En los días fríos de invierno, en las horas heladas del atardecer o el amanecer, iluminadas por la única luz oblicua de las Canarias, las fumarolas del cráter a 3.718 m. de altitud toman colores anaranjados y evocan el fuego que hizo nacer el archipiélago.

Indice: Guía turística de Islas Canarias